Debido al intenso contacto con el exterior y a los constantes roces y
presiones a los que es sometida, la piel de las manos y los pies es más gruesa
que la del resto del cuerpo. Esta peculiaridad explica por qué ésta se
reblandece como la de los garbanzos en remojo cuando está mucho tiempo
debajo del agua. El contacto prolongado con el líquido hace que se pierda la delgada película grasa que protege la epidermis, lo que facilita que el agua pueda infiltrase en la piel y sea absorbida por las células cutáneas. Éstas se hinchan como balones y, como no lo hacen por igual, la superficie dérmica adquiere el típico aspecto rugoso y áspero.
Fuente: Muy Interesante
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